A veces puede parece que tu hijo no te escucha, y en ocasiones es verdad, porque no todos los momentos son igual de idóneos ni predisponen para ello. Si quieres que te atienda, y que tu mensaje llegue íntegro y sin interferencias, es recomendable que tengas en cuenta varias cosas:
1/ Buscar el momento
Puede parecer obvio, pero en las rutinas diarias, no siempre somos conscientes de que pretender que nuestras palabras se escuchen y tengan el efecto deseado, implica elegir el instante en que nuestro hijo no esté concentrado en el juego o en sus deberes. Tampoco es conveniente interrumpirle cuando se encuentra en presencia de sus amigos, o si tiene prisa, ya que no propiciará que tu hijo esté predispuesto a escuchar lo que queremos decirle.
En las ocasiones en que sea posible esperar, es preferible elegir un momento en el que esté receptivo a prestar atención y escuchar, como después del baño, después de cenar o incluso antes de acostarse, ya que el clima de diálogo será más favorecedor y nuestras palabras serán oídas, y por tanto más efectivas.
2/ Hablar con respeto
A ninguna persona le gusta que le recriminen sus acciones y sus actos, y utilizar esta estrategia, será una de las formas en que los niños se pongan a la defensiva y el tono de su respuesta sea evitativo o con un punto de disconformidad.
Es importante que tu hijo perciba que nuestro modo de dirigirnos a él es desde el respeto o incluso desde la preocupación, pero con una base firme y sólida de entendimiento y de querer arreglar las cosas. Se deben evitar frases como “ya te lo dije” o “ya te lo advertí”, entendiendo que el propio resultado y la experiencia ya es aprendizaje. Ante una decisión que ha tomado y que nos parece que no le beneficia, es preferible mostrar nuestro disgusto, dejando el enfado a un lado, porque tiene el riesgo de derivar en una tensión en escalada que no aportará beneficios en la relación.
3/ Contacto
El contacto físico ayuda a recuperarse, a transmitir el mensaje y a que quien lo recibe interprete que el afecto entre ambos es la base de la relación, por lo que siempre que no sea una invasión de su espacio vital y que lo esté aceptando con agrado se puede acariciar a nuestro hijo, darle la mano, abrazarle, sonreírle y mirarle.
4/ Limitar los consejos
Recibir consejos sin pedirlos puede saturar a quien los escucha, por lo que es preferible darles valor y no abusar de ellos, si no reservarlos para momentos puntuales en que nos parezca importante utilizarlos. Se puede dar la opinión sustituyendo frases como “te aconsejo que le pidas perdón…” por “…quizás sería bueno disculparse”. Son dos formas de dar la opinión, pero en la segunda opción, se le está dando la posibilidad de decidir, inculcándole autonomía y responsabilidad y dejándole ser dueño de sus decisiones y consecuencias de ellas. Por otra parte, no “quemamos” el consejo como recurso, lo que facilitará que cuando lo utilicemos, esté receptivo a él.
5/ Poner ejemplos
A los niños les suele gustar escuchar vivencias y a tu hijo seguro que también, por lo que es una forma amena de transmitir teoría, que no siempre se interioriza si se omiten los ejemplos. Explicarle que a nosotros también nos costó aprender las tablas de multiplicar y que lo conseguimos con algún “truco” en concreto, no sólo nos humaniza y hace que se sienta entendido y comprendido, si no que le ayuda a situarse ante el aprendizaje de las tablas de multiplicar de una forma receptiva, sabiendo que aunque a sus padres les costó, lo pudieron superar y que también él puede hacerlo.
6/ Hablar desde el cariño
Empatizar con nuestro hijo, transmitirle afecto en cada palabra y en cada movimiento, cuidando las miradas y evitando los gritos, será una de las garantías que le hagan sentirse querido y respetado por sus padres, algo necesario para el bienestar emocional de los niños. Debemos prestar especial atención a la gestión de emociones que puedan interferir en que nuestro hijo interiorice que le queremos.
7/ Pedir su opinión
Pedir la opinión a nuestro hijo, siempre es una buena idea porque nos sitúa cerca de él, se siente escuchado, nos permite saber qué esta pensando y nos posibilita reelaborar nuestra estrategia de actuación para reconducir ideas o conductas que consideremos mejorables.
En resumen…
La forma de comunicación que utilizamos cuando nos dirigimos a nuestro hijo, condiciona su respuesta. Aprovechar mientras cocinamos y está poniendo la mesa para decirle: “No me ha gustado cómo has actuado hoy al salir del cole”, puede entenderlo e interpretarlo con matices que recriminan su conducta. Si añadimos que mientras lo decimos, no estamos estableciendo contacto físico ni visual, sino lanzando el mensaje como quien dice: “Acércame la mahonesa”, está creando un clima de tensión que probablemente provocará que el niño se ponga a la defensiva y que finalicemos pensando que no se puede hablar con él porque no atiende y que tengamos una cena poco distendida.
Podríamos haber tenido en cuenta que nosotros somos los adultos, y por tanto, los que debemos ser reflexivos en el modo en que hablamos las cosas y enfocamos los problemas que nos preocupan. Quizás podríamos haber tocado el hombro de nuestro hijo y mirándole con una sonrisa en los labios, haberle dicho: “Vamos a poner la mesa y luego buscamos un ratito para hablar, ¿te parece?”. Es una forma en la que la sutil pregunta, evita la imposición del diálogo y te acerca a tu hijo.
A veces nos enfrascamos en las prisas diarias, y es conveniente hacer consciente que dedicar 10 minutos a tener una conversación, tiene más beneficios que lograr meterse en la cama diez minutos antes con un disgusto, o una rigidez en la relación con nuestro hijo, porque no hemos dedicado el tiempo necesario ni de la forma correcta al tema que nos preocupa.
Podríamos haber cenado tranquilamente, reduciendo tensiones que no tienen por qué asociarse al momento de alimentarse, sino que es conveniente, que los momentos en los que compartimos mesa, sean de disfrute y de calidad pudiendo dedicar a la familia y a tener una buena conversación. Pasada la cena podemos encontrar un momento para sentarnos con él, desde la cercanía, el afecto y el “estoy 100% para ti” para poder decirle: “Estoy preocupado por cómo ha sido la salida del cole de hoy. ¿A ti qué te parece, crees que podría haber sido de otra forma?”.
Cuidar el lenguaje y el modo así como los gestos y las miradas, siempre es una buena opción si miramos por el bienestar emocional de nuestro hijo.
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