¿Quieres saber qué hacer si tu hija ve una agresión como esta?


agresión-educacion emocional

La maternidad tiene cosas que no podemos prever. En realidad la vida y nuestra forma de posicionarnos en ella, de situarnos, de resolver, de priorizar.

 

Hoy he pasado el día en familia. Un día con sol, temperatura ideal, ganas de disfrutar de la vida,  de nosotros. Ganas de sonreír, de sentir… y de emocionarnos. Así que hemos preparado las bicis y nos hemos puesto en marcha sin hora fija de vuelta. Valorando en el momento si el bocadillo nos lo comemos aquí o allá, o si paramos un kilómetro arriba o abajo. Teniendo en cuenta que lo importante no es dónde si no cómo y con quién. 

 

Nadie se emociona como un niño. Por eso me encanta disfrutar de mis hijas, de cada minuto con ellas. De su intensidad cuando sienten, de ver la pureza, la inocencia, de su afecto, que sólo entiende el querer en mayúsculas, el “te doy porque me sale”. Y de aprender que para crecer… aún hay que respetar y valorar mucho más.

 

 La ruta estaba clara… tenía que haber flora y fauna. Plantas, animales, verde y aire puro. Es curioso, pero se puede sentir aire puro estando rodeada de animales de granja. Es cuestión de saber mirar, de saber sentir. De saber entender, de desconectar del mundo para poder conectar con lo importante, con lo sencillo, con lo que nos aporta.

 

 El día iba perfecto, habíamos hecho acopio de fotos preciosas. Volvíamos hacia casa pensando en hacer una parada de “rigor” para comer un helado disfrutando del mar, de la intensidad de su color y de su fondo. Y tuvimos que ver lo que nunca quise que mis hijas vieran.

 

 Una mujer esperaba en la parada del autobús. Y un hombre le insultaba, le recriminaba, le gritaba.  Le agredía, le dañaba. Y le decía “vete a tu …. país”, “qué …… de pañuelo llevas”, “así vestida no sé si llevas una bomba debajo”, “eres una terrorista”,…

 

 Y tuve que elegir. Tuve que elegir entre yo mujer, entre “ni una más”… entre la tolerancia, el respeto y el sentido común. Tuve que elegir entre seguir hacia adelante intentando mantener a mis hijas ajenas a esa situación. O parar. Y en ese momento no dudé. No pude dudar, porque no agrede sólo quien pega, si no quien calla y permite que se dañe.  Y en ese momento lo vi tan claro, que sólo pensé en proteger, en intervenir, en evitar. Paré la bici, me acerqué y pregunté:

 

  “¿Estáis bien? ¿Pasa algo?”. Y le toqué el brazo a la mujer dándole mi apoyo, diciéndole “no estás sola, yo también soy tú“. Y empezó a llorar. Y no podía parar. Pero hay personas que no saben razonar, que no entienden de respeto y que les da igual quién seas, cómo seas o lo que hagas. Les da igual si hay niños mirando. Hay personas que ven una mujer y creen que por serlo tiene que recibir y callar. Hay personas que sólo ven “conmigo o contra mí”. Hay personas que creen que por defender a una mujer que ejerce su derecho a llevar un pañuelo en la cabeza merecen la peor “suerte”.

 

 Y me empezó a insultar. Y se me encaró. Y tengo que vivir sabiendo que mis hijas vieron… lo que nunca quise que vieran. Y mi marido -al que yo había pedido que esperase- tuvo que venir a ayudar. Dejó su bici, y aguantó insultos, empujones… y una situación muy violenta. Violenta para todos, también para mis hijas. Y lloré por dentro… y después por fuera. Y pasé miedo, mucho miedo. Por mi marido, por mis hijas, por la mujer. No atinaba a llamar a la policía, me temblaba todo.

 

 Mi marido protegió a la mujer poniendo su cuerpo en medio hasta que llegó la policía. Y tengo que quedarme con eso. Tengo que pensar, que mis hijas entendieron que hay veces en que hay que ayudar, que hay gente que hace cosas que no hay que hacer y que no se debe mirar para otro lado ante el sufrimiento ajeno.

 

 Nunca me ha sabido tan amargo un helado. Ni he pasado tanto frío con sol. El día se nubló, entró la niebla y ya nada parecía igual que unas horas antes.

 el 30 de octubre de 2016 a las 17:30h.

A veces pasan cosas. A veces, la inmediatez del momento, nos hace tomar decisiones precipitadas que no siempre resultan tan bien como debieran. A veces, no hay una solución buena, si no… menos mala. Pero eso también es la vida. Eso también es aprendizaje.

Ahora lo veo con perspectiva, y creo que hay formas en las que podía haberse resuelto mejor.  O quizás no, porque con una persona que está “descontrolada”… nunca se sabe. Pero ahora que he tenido tiempo para pensar… las cosas… se ven diferentes. A veces, a ratos.

Podía haber decidido pasar de largo. Podía haber mantenido la distancia y haber avisado a la policía esperando su llegada, sin exponerme, sin exponer a mis hijas. Podía haber dejado a mi marido allí. Podía haberme acercado sin hablar… Pero mis hijas ya estaban expuestas, ya lo habían visto. Y no había solución buena porque no era una situación buena.

¿Qué es mejor?

Como padres, tenemos una responsabilidad importante en la educación de nuestros hijos. Pasar de largo cuando hemos visto una situación así y no hacer nada, es decirles “cada uno con sus problemas”. Es decirles “Si ves que en el cole pegan a alguien no hagas caso”.

Hay cosas que debe de solucionar cada uno, como por ejemplo hacer los deberes o sacar adelante el trabajo. Pero un problema grave, una agresión, no es de uno, es de todos. Una persona que agrede y que no tiene una consecuencia, es una persona potencialmente agresora, una persona que si no se le para… va a más, no a menos. Y hoy puedes ser tú, y mañana puedo ser yo. Hoy puede ser una desconocida, y mañana quizás no.

Podíamos haber llamado a la policía y haber esperado -tal y como nos solicitaron- porque “los testigos son importantes en una situación así”. En ese caso, las niñas habrían tenido que ver… ¿cómo se mantenía la agresión?… Elegimos intervenir, y podía haber habido formas mejores o más acertadas. Probablemente. Pero en casos en los que la inmediatez precipita… se hace… lo mejor que se puede. Y eso también es educación emocional.

¿Y después de la agresión qué?

Después se debe reparar. Y a veces reparando a quien ha sufrido, se repara también a quien ha visto sufrir. Haber podido ver la impecable actuación policial, la sensibilidad de los agentes, hablar con la mujer, compartir su dolor, su sentimiento, recogerle… ayuda y hace entender también a los niños la gran capacidad resiliente  que puede desarrollar el ser humano.

Mi hija mayor acudió a comisaría a acompañar, a “cerrar” el proceso. A cerciorarse de que “el malo” estaba en la cárcel y no podía dañar más. A intentar entender por qué alguien de forma gratuita puede causar tanto dolor. Mi hija menor… también se preocupó. Los cuentos  y las historias, nos ayudan a todos. A niños y a adultos. Es una opción inmejorable para que puedan procesarlo, integrarlo y sanar las heridas de lo que habían visto. Los niños lo perciben todo pero tienen una capacidad mucho mayor que la de los adultos para elaborar las cosas con naturalidad.

En resúmen

Es importante trasladar a los niños que ante una agresión, mirar para otro lado no es la solución. No es lo correcto. Si cuando estamos con ellos, vemos algo que no se debe hacer, es necesario intervenir y explicarles. Pasar de largo y hacer “como que no he visto”, no les ayuda si no que les da pautas erróneas de la forma adecuada de proceder.

Háblales de las figuras de ayuda a las que pueden recurrir. Padres, policía, profesores, personal sanitario, bomberos, monitores… Los niños deben saber que cargar con una responsabilidad tan grande no entra dentro de las cosas que debe hacer un niño. Enséñales a delegar, a pedir ayuda.

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