¿Cómo enseñarle a canalizar el comportamiento inadecuado? Estrategias


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Detrás de una conducta inadecuada, hay un niño que está actuando desde el impulso o desde una emoción que le está superando porque no sabe cómo gestionarla de forma correcta. A veces nos centramos en la conducta, obviando la emoción que la precede, y tendemos a reñir a nuestros hijos por el modo en que se están comportando.

En ocasiones es necesario hacerlo, pero muchas de ellas podrían abordarse con una intervención diferente en la que priorizásemos en cómo se siente, y no en lo que ha hecho. Un niño que está haciendo los deberes del colegio, y  de repente rompe sus gafas tirándolas al suelo, puede recibir una respuesta en la que se le exijan explicaciones e incluso tenga una sanción o repercusión bien sea económica, social o familiar que los padres establezcan.

Hay formas alternativas de intervenir, aunque no siempre lo vemos claro porque nuestra propia emoción nos lleva hacia un camino de respuesta rápida. En este caso, si queremos educar en inteligencia emocional, sería conveniente preguntarle qué le pasa, cómo se siente e interesarnos por cómo ha sido su día, si le ha sucedido algo en el cole y cómo se estaba sintiendo en el momento de tirar las gafas. Utilizar un tono y unas palabras tranquilizadoras que no culpabilicen sino que responsabilicen, son una buena manera de explicarle que actuar así no es correcto y que estamos disgustados.

Esta será una forma de conseguir información sobre el estado emocional de nuestro hijo, que nos permitirá buscar estrategias más acordes y adecuadas para enseñarle a gestionar las emociones que está sintiendo y aprenda  a tener una respuesta aceptable y proporcional a la emoción. Con la primera forma de intervenir, no le estaríamos enseñando a elaborar sus propias emociones, le estas enseñando a reprimirlas pero sin darles una “salida”, dando pie a que puedan repetirse con más frecuencia episodios similares. Sin embargo, con esta segunda propuesta de enfocar la situación, abrimos una vía de trabajo para poder reconducir las actitudes de nuestros hijos.

Posteriormente, convendría sugerir una actitud reparadora en la que podemos ayudarle o no, dependiendo de la edad y del momento, en la que recoja sus gafas y limpie los pedazos rotos. A veces nos pueden sorprender, si cuando se han calmado les planteamos qué consecuencia sería conveniente a la actuación. Es una forma de hacerles reflexionar sobre lo sucedido y de que tomen conciencia de lo que implica haber roto las gafas, porque la consecuencia se la están auto imponiendo, conscientes de su comportamiento.

Consejo: Si nos encontramos ante un momento en el que no nos vemos capaces de encontrar palabras apropiadas por el enfado que tenemos o porque preferimos pensar un planteamiento más acorde a la situación que ha surgido, podemos decirle al niño: “No me ha gustado nada lo que ha pasado. Lo hablaremos dentro de un rato, cuando estemos más tranquilos”.

Cuando intentamos reconducir la actitud de nuestros hijos, es importante que no utilicemos un vocabulario ni un tono hiriente o dañino para que pueda diferenciar entre una llamada de atención puntual, en la que sabe que seguiremos queriéndole de forma incondicional, y en la que su autoconcepto seguirá intacto de frases que recriminen y dañen la autoestima de nuestro hijo, quedando latente una forma de pensar en que crean que son “malos” o que lo hacen “todo mal”, ya que este sentimiento deja poso, y les acompañará en su día a día. 

Se puede llamar la atención sin herir. Se puede intervenir sin dañar.

Se puede educar respetando y entendiendo que la educación emocional es una forma de hacerles fuertes y de darles herramientas y “vitaminas” para ser felices. Se puede hablar con ellos sin perder la perspectiva de que nosotros somos los adultos y que nuestro ejemplo es para siempre, de que no por qué tu hijo te agarre del brazo, le debes agarrar tú también para que vea lo que siente, si no acariciarle y mirarle a los ojos explicándole que te gusta más así.

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