-Papá, hoy ha pasado algo en el supermercado. ¿Te has fijado?
-No sé a qué te refieres cariño, ¿qué ha pasado?
-¿No has visto esa niña con esa madre mientras esperábamos para pagar?
-No me he fijado. ¿Pasaba algo?
–¡Papá! ¿No lo has visto? La niña sólo miraba pero su madre resoplaba, y tenía cara de estar muy enfadada. No le gritaba, ni le reñía, pero… gritaba en la sombra, gritaba con el corazón, con la mirada, con la cara de indiferencia y de desprecio. La niña lo tenía que estar pasando mal. Menos mal que a mí no me haces eso.
-Cariño… hay muchos tipos de padres y muchas formas de educar y de tratar. Pero estate seguro que tanto mamá como yo intentamos hacerlo lo mejor posible, pero sobretodo, tenemos cuidado para que el corazón tan bueno que tienes siga latiendo feliz. Estoy seguro de que como te queremos nosotros, nadie te va a querer.
¿Por qué te enfadas con tu hijo?
Es habitual observar en un parque, en un supermercado, o a la salida del colegio un padre o una madre con su hijo, y ver que el adulto está malhumorado y con cara de “pocos amigos”, haciendo algún gesto despectivo y de desprecio hacia su hijo. Es muy posible que ese gesto sea consecuencia de horas, de tensión acumulada, de estrés, o incluso de dificultades.
En la mayoría de las ocasiones los niños no son responsables de este lenguaje no verbal, pero sí han podido precipitarlo con alguna acción con la que no estamos de acuerdo y reaccionamos a ella de ese modo. Es importante tener en cuenta que hay situaciones, en las que de forma inconsciente, cargamos en nuestros hijos tensiones que poco tienen que ver con ellos, y que éstos, acaban recibiendo nuestra dosis de frustración de forma gestual por el simple hecho de ser más vulnerables que el adulto.
A veces acumulamos tensiones diarias que se van “instalando” en el subconsciente, y que tendemos a no compartir y a digerirlas en la intimidad. Hacerlo así puede dar lugar a que vayamos “resoplando” por la casa, a fruncir el ceño, a mostrar una rigidez corporal, o un gesto facial de estar contrariado.
La mayor parte de las veces no nos damos cuenta de que los niños tienen habilidad para captar las emociones, y que pueden interpretar que estamos molestos con ellos, aunque no sea así. Si hacemos una reflexión personal, encontraremos en nuestra memoria alguna ocasión en la que nuestro hijo nos ha preguntado: “¿Qué te pasa Papá?” o “¿Mamá, por qué estás así?”.
Si tu hijo en algún momento te ha hecho esta pregunta, puedes estar de enhorabuena, porque te da la oportunidad para que le digas que la culpa de que estés enfadado no es suya, de que le cuentes qué te ha pasado, que se sienta importante y ratifique que confías en él, a la vez que le expresas cómo te has sentido. Este no es un signo de debilidad, sino de valentía, y una gran lección que tu hijo recordará, interiorizará y asimilará entendiendo que las heridas emocionales se reparan hablando y cuidando.
No verbalizar lo que nos pasa, o contestar con: “No me pasa nada”, puede generar inseguridad en el niño, ya que está percibiendo que nuestras palabras y nuestros actos no se corresponden, y al no tener la temporalidad adquirida como la entendemos los adultos, puede llegar a pensar que nuestro enfado es “para siempre”. Dejarle creer eso… es cruel.
El niño piensa que nuestro enfado es para siempre, no entiende la temporalidad.
Dejarle creer eso, es cruel
Los niños son especialistas en percibir por lo que captan en cada suspiro, cada mirada, cada forma de decir y de hacer. El lenguaje no verbal puede generar un ambiente distendido y relajado, o ser el responsable de un entorno tóxico y poco aconsejable para el bienestar emocional de nuestros hijos.
Es necesario tener presente que el niño menor de 7 años, se sitúa en la etapa preoperacional, tal y como señala Piaget, viviendo y entendiendo el mundo en una especie de egocentrismo, en el que piensa que lo que sucede alrededor suyo es responsabilidad suya, y que lo que pasa, depende en gran medida de su comportamiento. Por lo tanto, es normal que el niño crea que la cara de enfado, de seriedad, o el malhumor de su madre o su padre, es producto de una acción o inacción suya: No portarse bien, no recoger su cuarto, no obedecer, no hacer los deberes…
Plantéate si tu hijo es el culpable de todo tu enfado
El problema de este pensamiento es cuando dejamos que el niño crea que efectivamente es así, que él es el culpable de todo nuestro enfado o de nuestro nivel de estrés, porque le invadirá el sentimiento de culpabilidad. Probablemente nosotros seríamos capaces de analizar la situación, y valorar qué parte de nuestro enfado la ha motivado nuestro hijo, de forma que seamos capaces de ayudarle a reconducir las conductas no deseadas, entendiendo que un niño no actúa para dañar o herir, sino por desconocimiento de lo que es correcto, de lo que está bien y de lo no lo está; o por la búsqueda de seguridad a través de los límites necesarios para su equilibrio y bienestar emocional.
Un niño no tiene como objetivo consciente infligirnos un daño o provocarnos un enfado, por lo que, nuestra respuesta debe ser proporcional a su acción, y sin cargas emocionales que no les correspondan. Si no te resulta fácil pararte a reflexionar qué porcentaje de tu frustración y tu enfado corresponde a tu hijo, no tienes más que frenar, parar, coger perspectiva y respirar las veces que sean necesarias; hasta que consigas hacer un ejercicio de responsabilidad y veracidad interna que logre centrarte nuevamente en la realidad: Sólo estas ante de un niño, tu hijo, donde hay veces que le puede parecer que el mundo de los adultos, es “el universo de los gigantes”.
¿Cómo podemos conseguir que no le afecten nuestros gestos o nuestras tensiones?
Esta es quizás la parte más sencilla y bonita, porque es el momento en que somos ejemplo positivo para él, relajamos nuestra postura y nuestra rigidez corporal, para enseñarle que también las emociones pueden sentirse en “oleadas” y de forma intensa. Pero que es importante conocerlas para aprender a gestionarlas de forma adecuada, no dejando que actuemos desde el impulso que nos puede generar la rabia o la ira. Verbalizar las emociones que sentimos es una de las formas de ayudar a reducir nuestro nivel de tensión, y de frustración, siendo preferible decir “estoy muy nervioso”, que ir utilizando la técnica de “mirada perdona vidas”.
En el momento en que un miembro de la familia comunica que se encuentra en un momento emocional delicado o tenso, está dando la oportunidad de protegerse al resto y de prestar especial cuidado en no contribuir a aumentar el nivel de malestar, mientras todo vuelve a su cauce normal. Un niño que sabe que sus padres no han tenido un buen día en el trabajo y que llegan con la paciencia “justa” a casa, porque así se lo dicen, tiene la posibilidad de entender que es necesario respetar un tiempo prudencial con actividades que impliquen calma, hasta que sus padres puedan reconducir sus emociones a un punto en el que es posible la interacción sin daño.
Contarle cómo te sientes le hará sentir que la confianza es recíproca
No debes tener miedo de contar cómo te sientes o cómo estas emocionalmente a tus hijos, simplemente hay que adaptar el discurso a su edad. Porque si lo cuentas con calma y serenidad tu hijo lo entenderá, y se quitará “un peso de encima”, ya que comprenderá que lo que te sucede es subsanable y no va a perdurar eternamente, y por lo tanto, que su padre o su madre no va a estar de esa forma para siempre. Es la mejor manera de influir en su inteligencia emocional y afianzar el papel educativo de los padres.
Es también una forma de aprender a gestionar las emociones en momentos de “crisis”, y de enseñarles a tus hijos, que estas pueden dañar si no se elaboran de forma correcta, proporcionando una respuesta poco adecuada, y siendo ejemplo de que hablar, hacer ejercicio, compartir y establecer contacto físico, son formas eficaces de reducir los niveles de estrés.
Enséñale que eres capaz de verbalizar tu frustración, y de pedir “un minuto de silencio”, y estará aprendiendo que es positivo expresar cómo se siente y pedir ayuda cuando no sepa cómo gestionar sus emociones.
3 comentarios
Continuamente veo a padres/madres enfadadas y solo hago pensar…es que no se dan cuenta de lo que están haciendo!? de lo que le están trasmitiendo!? y me da pena porque estoy segura que lo que los niños perciben es diferente a lo que los padres quieren transmitir, para un padre ha sido un mal día o un enfado momentaneo y ese niño puede pensar que su padre/madre no le quiere…hay algo más triste!?
Hola Carol!!
Así es!! Que importantes son nuestros gestos, nuestras miradas, nuestras sonrisas…y la forma de hacerlo. Se puede sonreír de amor, de admiración o se puede sonreír por cumplir. Se puede mirar con cariño, y se puede mirar con aversión.
Es tan necesario ser conscientes de que estas cosas afectan al bienestar emocional de nuestros hijos, que es conveniente reflexionar sobre este tema para darnos cuenta de si vamos por el camino correcto o si lo podemos hacer mejor. Un abrazo y gracias por la visita!!