Desde el mismo momento en qué empece a buscarte, supe que ponía todo mi cuerpo a tu disposición. Supe que no me iba a importar tanto mi bienestar como el tuyo. Supe que dejaba de ser yo, para empezar a ser tú y yo.
Y creyendo saber tanto, llegaste tú, y te quedaste conmigo. Te quedaste recogido en mi, esperando que te quisiera, esperando que anhelase abrazarte, esperando. Con lo fácil que es quererte, que es amarte. En esa espera llegó mi felicidad y mi alegría, llegó el superarme, el sentirme madre, el saber que para mí eres lo más importante.
Empecé mi preparación al parto feliz y sonriente sabiendo que cada día que pasaba estaba más cerca de abrazarte, de tenerte. De darte lo mejor. Así que cuando me preguntaron si te iba a dar pecho o biberón me chocó. Me llamó tanto la atención que me planteo cómo es posible que habiendo tantos estudios y consejos médicos que aseguran que la lactancia materna es el mejor alimento para los bebés, aún se cuestione -sin haber un problema añadido- que hacerlo de otra manera es posible.
¿Qué está pasando para que haya mujeres que pudiendo dar el pecho a su bebé no lo hacen?
Existe una cultura de fácil acceso al biberón y una falsa creencia popular de que “se alimentan igual”, “crecen igual”, “duermen mejor” y “no son tan demandantes” que culmina con la opinión de “madre esclava” para aquella que toma la decisión de ser madre lactante. Comentarios que hacen daño a la lactancia, que hacen daño a los bebés, a las madres y al vínculo que entre ellos se genera.
No es mejor madre quien más pecho ofrece, si no quien más cuida, quien más empatiza, quien más arropa, quien más nutre, quien más atiende. Pero ante dos madres que quieren igual, que escuchan y responden a las demandas del bebé por igual, la que da pecho, siempre va a dar más.
Dar el biberón suma, dar el pecho multiplica
Dar el pecho no sólo alimenta. También nutre. También consuela. Nutre el corazón. Tranquiliza la mente. Un bebé que disfruta del pecho no necesita nada más. En ese momento se encuentra “tocando el cielo”, sabiendo que todo está bien y sintiéndose seguro y querido porque su madre es casa para él.
Yo quiero que cuando mi hijo coma, se alimente de mi, me huela a mi, me sienta a mi. Porque es lo natural, lo que conoce, lo que le aporta paz. No quiero interferencias. No quiero lo artificial si lo puedo evitar. Quiero que sepa que siempre estaré con él, y que pueda anticipar que si me llama, seré yo quien le consuele cuando sienta hambre, frío, o sueño, porque eso le dará continuidad, le dará seguridad. Quiero darle la oportunidad de que viva el paso de la vida en el útero a la vida fuera de él como un paseo.
¿Pero sabes una cosa? Somos seres adaptativos, por eso una madre que da biberones a su hijo, también puede nutrir pero necesita una dedicación extra para hacerlo. Necesita acariciarle más, porque dar el pecho ya es acariciar. Necesita cogerle más, porque dar el pecho ya es consolar aún no queriendo hacerlo. Necesita mirarle más, tocarle más, sonreír más para poder compensar la rapidez y la eficacia con que el pecho calma, con que el pecho tranquiliza, con la que el pecho desnudo conecta y abraza.
Elijo sabiendo que tú comodidad es la mía, que tu bienestar es el mío. Elijo sabiendo que soy libre de elegir pero que mi elección condiciona tu vida y también la mía. Elijo sabiendo que tu felicidad es la mía y que por qué conformarme con algo bueno si puedo darte lo mejor.